lunes, 25 de abril de 2011

REACCION VII: EL DERECHO A LA CULTURA. Javier Pérez de Albéniz.

Javier Pérez de Albéniz es periodista. En su artículo nos alerta sobre la crisis de la cultura como otro de los elementos más perniciosos de la realidad actual. Os dejo algunos de sus comentarios:

"<<No es de una crisis de la cultura de lo que en realidad se trata, sino más bien de su destrucción>> Michel Henry.

En el lugar en el que usted podía ojear las memorias de Chateaubriand, un volumen caro que tal vez tardó meses en decidirse a adquirir, ahora un ejecutivo despieza con la precisión de un cirujano un magret de pato. En la tienda de discos donde le descubrieron a Tom Waits, la banda sonora de su vida, ahora se levanta un Starbucks. Y donde vio su primer concierto, ese que nunca podrá olvidar, actualmente hay una tienda de una cadena multinacional que vende ropa barata, fabricada en condiciones laborales desconocidas en algún país asiático.

Cuando, ante la indiferencia popular, las viejas librerías, las tiendas de discos y las salas de conciertos se transforman en bistros, tiendas fashion y cafeterías posmodernas, es que la cultura agoniza: se ha rendido a la voracidad de políticos depredadores, de intelectuales millonarios y de ciudadanos conformistas.

Vivimos gobernados por el poder financiero. La apología de los superficial, una orgía consumista, el esplendor del low cost intelectual, la movilización de Internet y las redes sociales por la inmediatez y la gratuidad.

La cultura es lo único que tenemos. Por eso debemos gestionarla los ciudadanos. No podemos confiar un arma tan poderosa, capaz de cambiar la sociedad, a unos políticos como los nuestros, ignorantes, ambiciosos, indolentes, ineptos, mentirosos, inmediatistas y soberbios, que desprecian el pensamiento, la imaginación, la utopía, los valores. Los ingredientes fundamentales para construir un mundo sano y creativo.

Hemos aceptado sin reservas que los líderes políticos transmitan ignorancia. No nos escandalizamos ante la imagen grotesca de altos cargos que no hablan idiomas, se expresan con dificultad, leen como chavales de primaria o se insultan y faltan al respeto. Dar por hecho que estamos en manos de unos inútiles, asumir la mediocridad de nuestros dirigentes es el principio del fin. La peor actitud siempre es la indiferencia.

Cuando escribo estas líneas, febrero de 2011, los diarios publican una noticia que resume todo el desprecio de la sociedad actual no ya por la cultura, sino por su propio futuro: <<La educación española dispondrá de 1.800 millones de euros menos en 2011>>... Por desgracia los gestores del dinero público consideran que el futuro no existe más allá de las próximas elecciones.

Los sindicatos piensan que se trata del mayor ataque a la escuela pública desde la Dictadura. <<No existe ninguna otra inversión que produzca mayores y mejores retornos sociales y económicos que la educación>>, asegura el economista Guillermo de la Dehesa. <<Es la clave del bienestar, del desarrollo y del progreso de un país que mejora la salud y el medio ambiente, reduce la pobreza y la desigualdad, aumenta el emprendimiento, la productividad y la competitividad y estimula la liberta y la democracia>, sentencia. La adormecida sociedad española no parece pensar de la misma manera, puesto que permanece impasible ante un atentado que afecta no sólo a la educación y la cultura de los jóvenes, sino al futuro de todo un país. Ni una muestra de repulsa, ni una movilización estudiantil, ni una queja por parte de la oposición al Gobierno. Gravísimo error: el deterioro de la educación es el comienzo del fin, puesto que aumenta las diferencias sociales y culturales, multiplica la marginación, asienta la pobreza, borra las esperanzas.

La cultura es la mejor revolución. Seguramente por eso a los gobiernos mediocres y dictatoriales les espanta la posibilidad de un pueblo educado, culto, con preparación, con criterio. La cultura, como decía Ramón y Cajal, refina el talento y evita las mentalidades entontecidas por el desuso. Es el arma más poderosa contra la intransigencia, los abusos, la dictadura, la marginación. La educación es el único camino para conseguir la plena y definitiva incorporación de la mujer a la sociedad.

LA RED
¿Podría acabar Internet con la cultura, tal y como la entendemos en la actualidad? No faltan opiniones apocalípticas, como la del polémico escritor angloamericano Andrew Keen, quien piensa que la Red es un sumidero intelectual donde resulta imposible diferenciar información de publicidad, criterio académico de superficialidad. <<Cien colaboradores de la Wikipedia nunca podrán sustituir a un historiador o a un científico>>, afirma este defensor del saber individual y la cultura especializada.

El impacto de Internet y las redes sociales sobre la cultura es descomunal. Todo está cambiando: la creación, el consumo y la industria. Ante las dudas la Red nos invita a improvisar. En este nuevo mundo sin certezas ni referentes la primera consecuencia ha sido la eliminación de los intermediarios. La música, la literatura, el cine... Todo está a disposición de todos, a sólo un clic de distancia. La rapidez de la comunicación 2.0 es descomunal, tanto como para que alguien pueda llegar a pensar que el poder que concede una banda ancha resulta ilimitado: quiero algo, ya lo tengo.

Pero no es tan sencillo. La cultura no se comercializa en pastillas que, colocadas bajo la lengua, transmitan de inmediato sus beneficiosos efectos y conviertan, como sucedía con el dinero del Arcipreste de Hita, <<al necio y rudo labrador... en hidalgo doctor>>. La cultura, también la digital, exige unos tiempos, un esfuerzo, una dedicación: de nada sirve bajarse toda la discografía de los Beatles, todos los libros de Miguel Delibes o todas las películas de John Ford si no escuchamos los discos, leemos los libros o vemos las películas. Internet nos ha convertido en obscenos nuevos ricos, acumuladores de cultura. Millones de Diógenes digitales rellenan cada día cientos de discos duros con toneladas de conocimiento. Jamás abrirán esos archivos: necesitarían diez vidas para hacerlo. Además prefieren ver la televisión...

Un disco, un libro o una película no valen nada. Eso cree hoy día mucha gente, que considera las descargas (ilegales) la democratización absoluta de la cultura. Es un tema peliagudo... Los abusos de la industria han sido tan grandes y tan prolongados que muchos consumidores se creen legitimados para tomarse <<la cultura por su cuenta>>. Olvidan obviedades tales como que quienes escriben libros, graban discos y ruedan películas también comen. Y que es la industria quien, con sus inversiones, ha hecho posibles las grabaciones de Phil Spector, la distribución de los libros de Houellebecq o el año 2019 en Los Ángeles que vimos en Blade Runner".


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Un bonito alegato pro-SGAE, si señor. Maravilloso progresismo que cojea siempre del mismo pie.

Antonio Cabello dijo...

A ver cuando nos enteramos de que las cosas no son blancas y negras, que tiene que haber espacio para el debate y aunar posturas. La descalificación es el argumento de los simples.